Volver a la UTN FRBA para un homenaje profesional no es un viaje al pasado: es una revalidación emocional e inspiracional de aquello que realmente construye a un ingeniero.
Los edificios pueden cambiar, los laboratorios se modernizan y las tecnologías evolucionan, pero el núcleo permanece: la ingeniería se forma en la tensión virtuosa entre método, criterio y responsabilidad.
Durante años, esos pasillos fueron mucho más que un lugar de cursada. Fueron el espacio donde aprendí una verdad simple y exigente: la identidad profesional no se decreta, se construye.
Y se construye con una lógica que hoy, en tiempos de inteligencia artificial, resulta más vigente que nunca.
El mito del “salto” y la realidad del escalón
En la era de los atajos —tutoriales infinitos, frameworks que prometen rapidez y “hacks” para todo— vale recordarlo: ser ingeniero no es saber cosas, es saber decidir. Y esa capacidad no aparece de golpe.
Cada escalón subido en la formación y en la vida profesional es una evidencia acumulativa de construcción: se aprende a modelar problemas, a descomponer lo complejo, a sostener hipótesis, a medir impacto, a documentar decisiones, a trabajar con restricciones reales. Paso a paso. Problema a problema. Sin prisa, pero sin pausa.
Ese “sin prisa, pero sin pausa” no es una frase motivacional: es una estrategia de carrera. Porque en tecnología, la velocidad sin dirección solo acelera el error.
La ingeniería como cultura: lo que no te reemplaza la IA
Hoy la conversación pública suele caer en dos extremos: la IA lo hará todo, o la IA es una amenaza.
La realidad es más útil: la IA amplifica. Amplifica productividad, sí, pero también amplifica sesgos, errores y malas decisiones cuando no existe un marco de criterio.
Por eso, el diferencial del ingeniero moderno no es competir con la automatización, sino dominar lo que la automatización no puede garantizar por sí sola:
Definición correcta del problema (sin esto, cualquier modelo optimiza lo equivocado).
Criterio de diseño (trade-offs, restricciones, seguridad, escalabilidad, mantenibilidad).
Gobernanza y trazabilidad (saber por qué se decidió algo y cómo se valida).
Responsabilidad (impacto en personas, organizaciones y confianza social).
La IA puede generar soluciones; el ingeniero debe asegurar que esas soluciones sean confiables, auditables, orientadas a generear valor y por sobre todo a transformar el mundo para un futuro mejor.
Del título al impacto: tecnología al servicio de lo empresarial y lo humano
Algo que se entiende con el tiempo —y que se vive con fuerza al volver a la facultad— es que la tecnología no es un fin. Es una palanca. Y como toda palanca, puede usarse para elevar o para romper.
El orgullo tecnológico real no es el ego de lo técnico. Es la responsabilidad de aplicar conocimiento para construir capacidades: mejores procesos, mejores decisiones, mejores productos, mejor seguridad, mejor calidad de servicio. En empresas, eso se traduce en resultados; en sociedades, se traduce en oportunidades.
Por eso el homenaje a los 25 años no se siente como un “cierre”, sino como una reafirmación del compromiso: seguir construyendo con criterio en un mundo donde el ruido crece y la claridad se vuelve más valiosa.
Tres lecciones que me llevo y que le diría a las nuevas generaciones
Aprendé a pensar en sistemas, no en herramientas: Herramientas cambian. Pensamiento sistémico permanece. Entender entradas, salidas, dependencias, riesgos y efectos de segundo orden es lo que te sostiene cuando el stack se vuelve obsoleto.
Convertí disciplina en ventaja competitiva: Documentar, testear, medir, iterar, revisar. Lo “aburrido” es lo que escala. En tiempos de IA, la disciplina es el antídoto contra la improvisación.
Elegí un propósito profesional: No hablo de frases bonitas. Hablo de una brújula real: qué problemas querés resolver, con qué estándares, para quién, con qué impacto. Sin propósito, la carrera se convierte en acumulación. Con propósito, se convierte en trayectoria.
Un homenaje que impulsa hacia adelante
Agradezco a la UTN FRBA por sostener comunidad, exigencia y sentido. Y un reconocimiento especial al Ing. Guillermo Olivetto por sus palabras de apertura y por el trabajo de mantener viva una identidad compartida: una comunidad unida por un propósito común, donde el orgullo de ser tecnológico se construye entre generaciones.
Gracias querido amigo Ing. Dario Palmero, por hacer este momento posible, y por transitar juntos el histórico momento de aprendizaje como ingenieros en sistemas.
Hoy, con la IA redefiniendo industrias, la ingeniería vuelve a mostrar su rol más profundo: ser el puente entre lo posible y lo responsable.
Y ese puente no se construye con atajos. Se construye como siempre: un escalón a la vez, sin prisa, pero sin pausa.









