Me apasiona ayudar a los otros.
Me siento feliz haciendo y creando cosas.
Me siento apasionado dictando clases.
Me siento feliz conversando y jugando con mis hijos y mi esposa.
Me apasionan los desafíos de los demás y los propios.
Me siento feliz trabajando en equipo.
Me apasiona transmitir la llama de la pasión a otros.
La pasión la considero el apalancamiento y el combustible inyector, esa emoción que hace que mis miedos no me frenen y que mis sueños se multipliquen.
Y cuando logro un sueño, como efecto en cadena aparecen otros tantos más. Creo que siempre hay un efecto contagio alrededor. De los otros hacia mí y de mí hacia los otros.
Mantener la caja de sueños llena hace que la fuerza de la pasión te agrande el SER que SOY.
Tener miedo se traduce en limitantes que no controlo. Distinciones que me movilizan y me hacen pensar. Los miedos no los controlo, como la emoción me surgen y me enseñan al mismo tiempo las debilidades o las brechas que tengo que mejorar.
Pero ¿qué hago con ese miedo? Lo descubro, lo distingo y le doy existencia con un nombre. Luego lo converso.
Volviendo a la pasión. En los últimos años la pasión ha sido el punto de inflexión frente a las circunstancias que viví y sigo viviendo. Esa pasión que me moviliza es la que hace que hoy por hoy este hoy escribiendo estas líneas.