"Lo que sabe bien no siempre hace bien, y lo que hace bien no siempre sabe bien", Fred Kofman 🚀 #Comic 008 #HowsOscar
Convierte la pregunta incómoda en motor de ventaja competitiva antes de que la disrupción cuestione tu modelo de negocio. Métricas de salud emocional que reducen ausentismo y amplifican innovación.
Cuando Fred Kofman me desafía con “lo que sabe bien no siempre hace bien y lo que hace bien no siempre sabe bien”, recuerdo que las decisiones ejecutivas suelen premiar el sabor inmediato del rendimiento trimestral, incluso cuando fermenta un costo silencioso para la cultura y la reputación.
El dilema razón-emoción cobra nueva urgencia en un mundo donde la implicación laboral global cayó al 21% en 2024—dos puntos menos que el año anterior—y donde los gerentes quemados son el principal factor de desenganche; no por casualidad, las compañías con alto compromiso obtienen 23% más de rentabilidad y 78% menos ausentismo.
Kofman insiste en que la autoconciencia precede a la eficiencia, y los datos lo confirman: el McKinsey Health Institute calcula que fortalecer la salud integral de la fuerza laboral podría liberar USD 11,7 mil millones de valor económico global—un dividendo que nunca llegará si la empresa ignora la ética emocional detrás del EBITDA. (mckinsey.com)
Sin embargo, seguimos gestionando como si el bienestar fuera un gasto opcional, mientras el mercado premia a los líderes que armonizan ambos hemisferios: la inteligencia emocional explica por qué los equipos de directivos empáticos “van la milla extra” y elevan la ejecución de proyectos complejos. (professional.dce.harvard.edu)
En paralelo, la automatización reconfigura el mapa profesional: el Future of Jobs 2025 prevé 170 millones de nuevos roles ligados a habilidades sociales, analíticas y de autorregulación, precisamente las que florecen en organizaciones conscientes. (weforum.org)
El mensaje es claro: abrazar la razón sin la emoción condena a la irrelevancia; abrazar la emoción sin la razón conduce a la anarquía operativa.
La ventaja diferencial nace de la autoindagación colectiva: equipos que cuestionan su sesgo cognitivo antes de decidir ganan agilidad moral y estratégica. De hecho, los índices de inversión responsable baten al S&P 500 con un rendimiento anualizado del 14,2% en cinco años, señal de que el mercado ya valora la coherencia ética como motor de alfa sostenible. (spglobal.com)
Por eso redefino mi tablero directivo en cinco actos (Libro Empresa Consciente):
Autoconciencia, medir no solo el pulso financiero sino el emocional;
Autoaceptación, reconocer las fricciones que “saben bien” a corto plazo pero “hacen mal” al propósito;
Autorregulación, instalar métricas de bienestar y rotación de ideas con la misma rigurosidad que los KPIs de flujo de caja;
Autoindagación, cuestionar decisiones con el rigor de un auditor y la compasión de un mentor; y
Autoexpresión, convertir los valores en relatos operativos que guíen la acción diaria.
Cuando la tecnología democratiza la productividad, el margen competitivo se traslada a la calidad de las conversaciones internas—esa alquimia entre razón y emoción que decide si la firma escalará su consciencia tan rápido como escala su infraestructura de nube.
Así, la paradoja de Kofman se vuelve brújula: lo que sabe bien hoy debe también hacer bien mañana, y lo que hace bien—aunque duela abandonar viejos hábitos—terminará sabiendo mejor que cualquier rentabilidad efímera.
Porque en la era de la IA, la métrica definitiva no será cuántos algoritmos procesamos, sino cuán humanos elegimos seguir siendo mientras los procesamos. Sólo entonces podremos afirmar que hacer posible lo imposible es más que un eslogan; es el sabor duradero de una empresa despierta.
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